viernes, 17 de agosto de 2012

Adiós de chocolate


Ciudad Babilonia amaneció cubierta de niebla, coincidiendo con el comienzo de un otoño incierto. Las hojas moribundas goteaban un rocío perenne y frío que mojaba con impertinencia cabezas de transeúntes, todos ellos enfrascados en pensamientos que bien podían ser continuaciones de sueños nocturnos. El típico caos vehicular hacía que cruzar una simple calle, fuera un derroche de adrenalina, mientras los conductores mascullaban insultos y soñaban con la tarde del próximo viernes.

Vos, como todos los días, te encaminaste silenciosamente hacia la estación de ferrocarril, con tu impermeable gris y el maletín de sucedáneo de cuero. Tu costumbre de salir temprano permitió que tu paso fuese medido y tranquilo. O medido y pretendidamente tranquilo, para ser mas exactos. Sentías la boca seca, la garganta cerrada, te costaba tragar la poca saliva que tenías y tu corazón, acusando el temor que te invadía, palpitaba acelerado, casi irregularmente, poniéndote aún más nervioso.

Así llegaste a la entrada de “Beta 5”, ex estación “Libertad”; haría unos dos años que se las había renombrado a todas como parte del programa de renovación del lenguaje público, entonces se eligieron nombres neutros para evitar la representación de ideas incompatibles con el orden social. Atravesaste el control de pasaje sin contratiempos, pero al final del largo pasillo que desembocaba en el andén, sabías que estaban los guardias de “Seguridad Ciudadana”, esos que te clavaban la mirada sin pestañear, esperando descubrir alguna señal que les indicara que debían sospechar de vos, mientras se golpeaban suavemente las botas con el bastón, como indicando que siempre estaban en alerta para usarlo.

Pero pudiste mantener la calma de alguna manera y hasta sostuviste por unos segundos la mirada del guardia más próximo, aunque el corazón galopaba incontrolado dentro de tu pecho. El tren eléctrico se detuvo silencioso y abordaste el segundo vagón, te abriste paso entre la gente y te ubicaste de espaldas a la puerta opuesta, tal como se había pactado. Entonces empezaste a observar los rostros, las actitudes, los ademanes, tratando de descubrir a tu contacto, buscabas señales tal como hacían los guardias. Hasta te atemorizó la idea de parecérteles. ¡Báh! ¡Qué estupidez!  Confundir así las cosas...

Lo mejor era esperar. Si no te contactaban en ese viaje, esperarías nuevas instrucciones. Además las cámaras registraban los movimientos del pasaje y no valía la pena exponerse con actitudes sospechosas. Entró al vagón un vendedor ambulante ofreciendo unas golosinas baratas, esas de sabor dudoso para paladares sencillos. Vos lo observaste con indiferencia, seguramente te molestaban los discursos de los vendedores ferroviarios, sobre todo a la mañana.

Hasta que el hombre se detuvo frente a vos y notaste que te miró fijo ofreciéndote la golosina. ¡Era el contacto! Sin dudarlo sacaste la billetera, le pagaste y guardaste el pequeño envase en el bolsillo del impermeable. Ahora sí… ¡estabas aterrorizado! Inmediatamente te vino a la memoria la imagen del negro Guzmán siendo arrastrado por la calle ante la mirada impotente de sus hijos y la mirada curiosa y oculta de los vecinos tras las persianas. Los guardias lo subieron a empellones a un camión militar y no se lo volvió a ver nunca más. ¿Su crimen? Habló de más en la Administración de Asuntos Públicos, haciendo un estúpido trámite de rutina; se quejó de la burocracia estatal, dijo que maltrataban a la gente y que los funcionarios eran incompetentes puestos a dedo por el gobierno. Fue suficiente.

¿Y vos? Vos que siempre fuiste un mediocre, un pobre cagatintas de oficina, un cobarde sin remedio, ¡un cobarde tan miserable que no tuviste el suficiente coraje para romperle la cara al amante de tu mujer! Te dejaste humillar impunemente y te quedaste solo como un perro, tratando de entender qué rumbo había tomado tu vida. Y ahora estás metido en esto…

II

Los ojos del Alto Comisionado de Naciones Unidas se detuvieron en una gigantografía callejera; el rostro de un niño rubio sonriente, estirando los brazos hacia arriba y una leyenda que rezaba “Ciudad Babilonia: seguridad, orden, trabajo”. Pero la velocidad del auto blindado no le permitía apreciar detalles; dos policías motorizados adelante y dos atrás lo custodiaban al tiempo que abrían paso atronando la calle con sus sirenas. La seguridad era una buena excusa para mantenerlo casi aislado de la población y durante dos días sólo había mantenido reuniones con funcionarios del gobierno y con empresarios adictos al régimen. Recién ahora tendría oportunidad de escuchar la opinión de algunos sacerdotes católicos que hacían tareas sociales en barrios de emergencia, opinión a nivel individual, ya que institucionalmente, la Iglesia había demostrado sobradamente su adhesión a las ideas de “orden” del gobierno.

Era un hombre de unos 65 años o tal vez más, el rostro ajado y cansado, una barba cana le daba marco a un mentón anguloso y firme. Sorbió lentamente el mate hasta que un sonido sordo de burbujas indicó que se había terminado, volvió a llenarlo con agua caliente y se lo extendió al comisionado quien lo declinó amablemente con una sonrisa.

-       No padre, gracias. Intenté tomar mate una vez, pero es demasiado amargo para mí.
-       Entiendo, esto no es para paladares europeos – respondió el sacerdote con una sonrisa triste.
-       Bien, sabemos de su trabajo en las villas miseria, como les dicen ustedes. También estamos informados acerca de las actividades represivas del Estado. Tomaremos en cuenta su declaración y la de sus colaboradores, pero necesitamos documentación, pruebas irrefutables que pongan en evidencia ante la comunidad mundial las atrocidades que comete el gobierno contra la población civil.
-       Lo sé, señor. Tenemos esa documentación. Nos costó mucho dinero, hubo que sobornar a un funcionario del Ministerio del Orden Interno, que además estaba disconforme porque le negaron un ascenso. El problema es que fue descubierto y apresado; no necesito decirle que lo torturaron hasta que confesó todo y esa información ya condujo a los de inteligencia a dos de los nuestros. – la preocupación se reflejaba en el ceño permanentemente fruncido del cura – Estamos viviendo una situación crítica, casi terminal, Dios nos ampare... Por eso hemos tomado medidas de seguridad extremas e inusuales.
-       ¿Cuándo tendré los documentos, padre?
-       Hoy mismo. Como le dije, desarrollamos una compleja red de intermediarios hasta llegar al último eslabón, al mensajero que entregará una tarjeta micro SD con toda la información secreta del Ministerio.
-       Descarto que es un hombre confiable…

El religioso sonrió levemente y suspiró antes de responder.

-       Se trata de alguien completamente insospechado, un don nadie que jamás supo comprometerse con causa alguna; no tiene antecedentes ni actividades sociales que lo involucren en nada. Debe estar llegando en cualquier momento.

III

La muchedumbre te expulsó prácticamente del tren y te encaminaste rápido al ómnibus que te llevaría a destino, antes te detuviste en un puesto callejero y le compraste un encendedor descartable a un chico delgadito y morocho vestido con una camiseta de fútbol.
Seguías con la garganta cerrada, tus manos húmedas por un sudor frío, resbalaban del pasamanos del ómnibus, que velozmente esquivaba coches y peatones. Mientras tanto tu mente reproducía pensamientos atormentados de tu pasado, momentos dolorosos, sentimientos terribles de toda una vida inútil, sin pasión. Las lágrimas nublaron un cartel que prometía un futuro brillante para Ciudad Babilonia. Ya no importaba nada.
Bajaste en un barrio de casas bonitas, arbolado,  que jamás habías recorrido. Entonces notaste que te seguían. Una mujer regordeta y rubia pretendía mostrarse ajena a vos, pero te miró de reojo, cruzaron las miradas y de inmediato supo que la habías descubierto. Fuiste la carnada perfecta, lo habías logrado, te convertiste en un héroe anónimo, un héroe que tal vez en un futuro fuese reconocido. Tal vez… no importaba, habías hecho algo trascendente por los demás, por un mundo mejor, por una vida mejor, aunque vos no lo vieras nunca…
¿Qué mejor manera de terminar, de reivindicarte contigo mismo? Dos hombres se te acercan, pero ya no te preocupa lo que te pase. Una extraña sensación de serenidad se adueña de vos de repente, algo inexplicable. Y  entonces,  cuando ya casi estan encima tuyo, mordés la cápsula de cianuro y un sabor amargo te invade la boca y tras unos segundos, un sudor frío te cubre el cuerpo, mientras unas manos te sujetan los brazos bruscamente y la vista se te nubla y no podés distinguir los rostros de tus verdugos. Un viento fresco te acaricia la cara y sonreís, inexplicablemente… sonreís.

IV

Los policías motorizados montaban guardia en la puerta de la humilde capilla, fumando y contándose chistes verdes, uno más soez que el otro. La villa estaba tranquila, pero era una serenidad tensa, porque la presencia de los guardias hizo que los habitantes se refugiaran en la efímera seguridad de sus ranchitos.
La puerta de entrada crujió al abrirse. El alto comisionado y el sacerdote giraron sus cabezas hacia el sonido y se sorprendieron ante la vista de un chico. Era delgadito, morocho y vestía una camiseta de fútbol, su rostro tenso reflejaba temor, ansiedad, nerviosismo…  

-       Hijo, ¿quién sos? ¿En qué puedo ayudarte? – dijo el cura, buscando una explicación a esa presencia inesperada.
-       Padrecito. Dice el señor que no lo esperen, que no va a poder venir. Que le encontró sentido a su vida… Eso me pidió que le dijera, y que le diera esto…

Al tiempo que hablaba, el chico delgadito, morocho y vestido con una camiseta de fútbol, extendió el brazo, temeroso, dubitativo. En la mano tenía una barra de chocolate barato, una de esas golosinas para paladares sencillos.



Sergio Federico
Mayo de 2012