Cada uno a su manera
supieron (sabe) pegar golpes bajos.
Charles Bukowski, un
escritor “underground”, de los suburbios, un poeta de los excluídos, de los
miserables, de los olvidados. Sorprende con la descripción detallada de
situaciones sexuales y bizarras, plenas de excesos y concentradas en la inmediatez
del placer de la carne y el vicio. Leer a Bukowski es sentir una bofetada en
cada página, es la vida misma de los fracasados que la sociedad crea y luego
niega, porque molestan, afean la vista, no son “gente fina”. Denuncia las
pequeñeces y las miserias que terminan prevaleciendo por sobre lo esencial,
produciendo vidas chatas y sin pasión. Duro.
Bram Stoker, el
creador de “Drácula”, no necesita presentación. Su obra cumbre es una novela
victoriana romántica (sí, romántica), que nos introduce en un mundo macabro,
escabroso, promiscuo, en la que el personaje principal (que sólo aparece en la
novela por referencias tangenciales de terceros, nunca directamente), perdura
alimentándose de la sangre de seres humanos vivos, aunque él en última
instancia es un muerto que camina. Consideremos que “Drácula” fue publicada en
1897, es decir que era una novela totalmente audaz y fuera de todo molde para
la época. Golpe bajo.
Tampoco necesita
presentación Marcelo Tinelli, un gran empresario, un visionario, un re-creador
(porque ni los concursos de canto ni los de baile son novedad), una máquina de
producir dinero. Ocurre que para que tengan pegada estos productos trillados
hasta el cansancio, hay que condimentarlos. Ora con peleas, puteríos varios,
ora con desnudos o insultos a cual más soez mejor.
Cuando estos “recursos”
no son suficientes, hay que reforzar con la “emoción”. Entonces aparecen los
participantes especiales, enmarcados con la música del pianito (señal ya
asimilada a la idea de que “hay que llorar”, casi por reflejo condicionado), y
asi hacen bailar a un señor con una sola pierna y con muleta, y a una nena con
síndrome de Down y un etcétera que se me escapa. De ninguna manera me parece
mal que se integre, al contrario soy un ferviente defensor de la idea de
integración, porque todos merecemos tener posibilidades en la vida.
Mis interrogantes son:
¿cuál es la vara que utiliza un “jurado” en estos casos? ¿no es acaso una
exposición casi infame, utilizar a alguien con capacidades diferentes para
facturar? ¿es más importante el rating que cualquier otra cosa? ¿hace falta
hacer llorar a cuanto viudo, huérfano, cardíaco o ciego que concursa? La nena
Down, ¿va a ser expuesta en el baile del caño?
Lector, diga con
sinceridad si estos temas no le hacen ruido. Son golpes bajos, sin duda. Diga
si Ud. cree que hace falta tanta tilinguería, tanta mediocridad, tanto abuso disfrazado
de show o mejor dicho circo mediático. ¿Necesitamos esto?
No se usted, pero yo
me quedo con los golpes bajos de Stoker y Bukowski.
Sergio Federico
Junio de 2012.